PRETEXTO
Barcelona 1970. Todos los que eran alguien en la Barcelona pública y en la Barcelona secreta de aquel franquismo de impasible ademán y ropa remendada, se daban cita en el Hotel Manila.
Mágico crisol en que se fundían lo catalán y lo español, matraz en que se mezclaban los burgueses de palco en el Liceo y conducta intachable o quizá no tanto, con artistas, políticos, ladrones… (prescíndase de la coma entre políticos y ladrones). Era el Manila un imán que atraía a todos por igual. En el Manila se cerraban negocios y se urdían conspiraciones. Un espacio que hacía posible y hasta inevitable el acontecimiento más extraordinario.
Y en el Manila reinaba Jordi Brotons, su joven director que había comenzado como botones, cocinero antes que fraile en los fogones de aquel convento cosmopolita y profano. Brotons era el capitán encargado de dirigir la nave, controlar a la tripulación y hacer felices a los pasajeros que continuamente embarcaban y desembarcaban. En esta novela, acaso la primera de una prometedora serie de apasionantes relatos, Jordi Brotons pone a prueba sus dotes detectivescas. Apoyado por el comisario Ripoll, un tipo singular y mucho más honrado de lo que podía ser un poli de la época, desentrañará una complicada trama en la que no falta ningún ingrediente de la novela negra. Hay aquí intrigas políticas, espionaje, algún que otro cadáver, y por supuesto, polis malos, los sociales de la brigada político-social, que tenían verdadera licencia para matar, no en las películas sino en la vida real. Negras comisarías que formaban parte del devenir cotidiano y urbano, junto a la panadería o al bar de la esquina.
La intriga gira en torno a cierto viejo mapa en el que mucha gente (demasiada) parece estar interesada. Lo quieren unos y otros, y hasta lo quiere “alguien” en el palacio del Pardo, lo que en aquel entonces suponía en la práctica que iba a acabar en el Pardo sin remedio. Pero he aquí que el mapa en cuestión lo tiene el joven Jordi Brotons, un hombre de recursos que no se dejará despojar fácilmente.
Por si todo esto fuera poco, habrá un buque de pasajeros torpedeado por error como en las películas de guerra, habrá una dama del lago como en el ciclo artúrico, habrá una tienda de antigüedades como en las novelas de Dickens, habrá una mezzosoprano rusa como en las grandes óperas, una viuda alegre como en las divertidas operetas, un camarero que se precipita al vacío como en las comedias de Harold Lloyd, y hasta unas bragas que “al final de la noche yacían sobre la mesita, todavía húmedas, ingenuamente arrugadas y algo cedidas”. ¡Ahí es nada!
Aurelio Esteban Carazo
Escritor y director de la colección
Foto de Milagros Caturla (1920-2008) Fuente de Canaletas.